Pues ese domingo te vi, nos vimos. Y sentí tu electricidad. No sé si os habéis topado alguna vez con una chica como ella. Su cuerpo parecía penetrar en ti con solo rozarte, y sus ojos hablaban por sí solos. De su boca ni hablamos, capaz de desatar tempestades y aplacarlas de la mejor manera posible.
Ella era el viento que soplaba a altas horas, y la calidez de un abrazo.
Y yo, que quería volar, que quería despegar y alejarme de todo lo que me rodeaba, pensé que ella podía construirme unas alas y volar conmigo allí donde hubiera nadie, solo nosotros.
Pero el paso de ella por mi vida fue tan efímero como mi vuelo. Me llevó a las estrellas, me enseñó cada uno de los planetas, aprendí a amar en Marte, recorrimos galaxias y exploramos agujeros negros, y cuando quise volver a respirarla de nuevo, aparecí en casa. Con nuevos recuerdos. Con nuevas experiencias. Con mucho visto y aprendido. Pero sin ella.
Y ya nada me valía. No me valía haber llegado a lo más alto pero estar ahí sin ella. No me valían unas alas que no pudiera repararme ella. Mi ángel. La que me enseñó que incluso lo más lejano está siempre más cerca si lo imaginas. La que me enseño que "posible" es siempre más probable que "imposible". La que hizo crecer flores donde solo había desierto. Ella llegó a mi vida, para que yo tocara el cielo, para que yo supiera y creyera que pudiera hacerlo. Y lo hice. Y aunque me costó entender el por qué de su huida, el por qué de tan triste final, entonces comprendí, que todos tenemos la oportunidad en esta vida, de compartir el tiempo en algún momento con una estrella como ella.
Y entonces me di cuenta de que siempre hay que creer. Creer en la magia. Porque ella era eso.
Ella era magia.
Ella era magia.
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