<<No hay más sordo que el que no quiere oír>>, le decía siempre su querido abuelo. Y ella, sentía la llamada de su alma. No era suficiente conformarse con solucionar los problemas informáticos de una empresa. Ni siquiera hubiera sido suficiente intentar llenar su vida en el mundo de la justicia, si la hubiera elegido allá cuando rondaba los 18 años.
Necesitaba algo más. Algo que se le escapaba, que no era capaz de atrapar. Quizá por miedo, o por temor a lo desconocido, a la vertiente de ese río.
De esta forma, el verano llegó para P. y sus dos semanas de vacaciones, no le ofrecían ningún plan capaz de completar la pieza del puzzle espiritual que le faltaba por terminar. Tenía claro que todavía era joven para ser madre, y que el problema no residía en la falta de un compañero de vida. No se encontraba vacía en el ámbito amoroso, era feliz así. Su vacío era originado por algo aún más profundo. No podía obviar como algo la llamaba por dentro. Cada día, cuando veía el telediario y escuchaba las dramáticas y trágicas vidas del resto de las personas, algo se le removía por dentro. Una lavadora a presión parecía estallar desde sus entrañas. Y así un día con otro. Ojalá hubiera tenido a su abuelo, y quizá le hubiera aclarado más qué hacer con ese sentimiento.
Pero P., cuya imaginación era la base de su existencia, decidió llevar a cabo aquello que sabía que formaba parte de su período como humana. Esas dos semanas, cambiarían su vida, y sin duda, intentaría cambiar la vida de más personas. P. se puso su traje, verde, y salió a cambiar su mundo.
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